Praga, la ciudad barroca, es famosa por sus suntuosos palacios, sus iglesias ricamente decoradas y las esculturas que adornan sobre todo el puente de Carlos. Menos conocido es el hecho de que la ciudad alberga también una colección de esculturas y pinturas barrocas de una riqueza insospechada, con muchas obras maestras aún poco conocidas por el público hispanohablante.
Desde finales de marzo de 2008, la colección de la Galería Nacional se expone en el Palacio Schwarzenberg, donde ha encontrado un marco apropiado. Completamente renovado, el palacio renacentista de la plaza Hradčanské (frente al Castillo de Praga), decorado con esgrafiados en "punta de diamante", merece una visita en sí mismo: sus amplias salas están bañadas de luz bajo techos de madera tallada o bellas bóvedas pintadas al fresco. Sus ventanas revelan unas vistas panorámicas únicas del parque Petřín, los tejados ocres de Malá Strana o la plaza Hradčanské.
En la actualidad, es una parte indispensable de su visita, donde podrá admirar las pinturas y esculturas de uno de los periodos más brillantes de la creación artística en Bohemia.
Comience por la parte superior, con las obras manieristas de Hans van Aachen, Bartholomeus Spranger y el escultor Adrien de Vries en el segundo piso, que recuerdan otra época dorada, la de la refinada corte del emperador Rodolfo II a finales de los siglos XVI y XVII.
En la primera planta, descubrimos a los principales pintores del barroco bohemio, a menudo poco conocidos por el público español: la primera generación con el realismo sobrio y monumental de Karel Škréta y el estilo dramático y cargado de emoción de Michael Leopold Willmann; después, el florecimiento del barroco dominado por la fuerte personalidad de Petr Brandl, cuyas figuras escultóricas de ancianos visionarios con emociones exaltadas no dejan indiferente a nadie. Obras del retratista Jan Kupecký y de Václav Vavřinec Reiner ilustran también este periodo de barroco triunfante.
En escultura, la planta baja ofrece una fascinante confrontación de las obras de dos personalidades radicalmente distintas, Mathias Bernhard Braun y Ferdinand Maximilian Brokoff: la torsión de los cuerpos, la exaltación mística y el sentido de lo espectacular del primero se encuentran con la sobriedad, el realismo y la fuerza del modelado del segundo.
Un magnífico (re)descubrimiento...