František Myšák inauguró esta pastelería en 1904 y se convirtió en un referente. Después de mudarse y acomodarse en una nueva dirección en 1911, llegó a su momento culmen y brilló con un aura casi celestial. Sus tres plantas hacen de este establecimiento el Everest en el reino de las pastelerías de lujo. Una gran cantidad de políticos, de personajes reconocidos con sus familias y un buen número de artistas han disfrutado de este lugar hasta lamerse los dedos.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial fue fatal para esta empresa puramente familiar; la nacionalización fue la estocada final. Pero la fama de Myšák era tal que sobrevivió el golpe. Hubo un cambio constante de propietarios, de reparaciones insensibles que llegaron a tal punto que lo único que quedó del edificio rondocubista fue su fachada. Bueno, al menos eso. Todo lo demás tuvo que ser destruido, dada la inestabilidad estructural de la construcción.
En 2017, Myšák abre con bombos y platillos nuevamente, siguiendo la tradición de los antiguos cafés. Su decoración nos recuerda aquella de la primera República Checoslovaca y su menú nos ofrece exquisiteces a la Myšák. ¿Será que los nuevos dueños lograrán revivir la gloria que tuvo este café en sus años gloriosos? Quién sabe. Como los contemporáneos de esa época ya no son de este mundo, no hay quién nos dé una opinión objetiva al respecto. Por lo tanto, nosotros somos los jueces, ¡manos a la obra!