De todos los barrios de Praga, la Ciudad Vieja es el que ostenta más vestigios de la evolución de la ciudad y de sus distintos estratos urbanos acumulados a lo largo de los siglos. Se encuentra en pleno núcleo histórico de la capital checa y las calles de los barrios colindantes convergen simbólicamente hacia ella. Sus calles principales siguen los antiguos itinerarios de las caravanas de mercaderes que pasaban por aquí, siglo tras siglo, cruzando las aguas del Moldava para continuar su avance hacia Europa occidental. Más tarde, se fundó también un barrio judío junto a un antiguo vado del río, que posteriormente se convirtió en una de las ciudades judías más grandes de Europa.
Así pues, el mejor testimonio de la historia de Praga es el plano de la ciudad: en él reconocemos los caminos irregulares que son hoy en día callejuelas tortuosas, al igual que las calles y parcelas regulares creadas por decisión de una autoridad política durante la fundación de una ciudad o un barrio. Pero fue sobre todo a mediados del siglo XIII, cuando la Ciudad Vieja ascendió a la categoría de ciudad real y se dotó de sólidas fortificaciones, la época en la que se materializó esta división fundamental. Por otra parte, aun puede verse el trazado de estas fortificaciones en el plano actual de la ciudad: a lo largo de las anchas avenidas que rodean a la Ciudad Vieja y que fueron el centro del desarrollo de Praga en la Belle Époque, es decir, a principios del siglo XX.
Dada la extraordinaria riqueza y además el peso político particular de la Ciudad Vieja, es lógico que encontremos aquí las mansiones más espectaculares. Para entender su historia, es necesario saber que, hasta el siglo XIX, las edificaciones no se demolían, sino que se ampliaban progresivamente: por ello, su fachada actual no es un buen indicador de su edad real. Así pues, la mayoría de las casas antiguas de la Ciudad Vieja son reflejo del transcurso de la historia, desde los inicios del estilo románico hasta el siglo XIX. Es muy corriente que estén formadas por un sótano románico, una planta baja con arcos góticos, salones renacentistas en los pisos superiores y una fachada barroca con un espectacular frontón. Por otra parte, los burgueses de la Ciudad Vieja eran igual de ricos que ostentosos. A menudo, es difícil distinguir las mansiones familiares erigidas por los burgueses de los palacios construidos por la nobleza, ya que ambos son igual de suntuosos y tienen un gran valor artístico. El mismo principio de estratificación de ricos vestigios culturales y arquitectónicos se observa en los monumentos religiosos, generalmente situados en un entorno pintoresco, constituido de callejas y de placetas.
El final del siglo XIX marca un cambio decisivo para la Ciudad Vieja. En esta época triunfa la idea de que las edificaciones antiguas no son adecuadas para la vida moderna y que, por tanto, es necesario demoler y reconstruir todo el barrio. Este gusto por las edificaciones modernas y avenidas anchas fue el origen de la desaparición del gueto judío y de una buena parte de la Ciudad Vieja. En unas pocas décadas, se echaron abajo cerca de 600 edificios antiguos, la mayor parte de ellos, por supuesto, con un valor histórico tan elevado como los que sobrevivieron. Estos gozan actualmente de una estricta protección. El nuevo barrio, con su calle de París (Pařížská) atravesándolo de lado a lado, se caracteriza, afortunadamente, por su elegancia original y se integra relativamente bien en el conjunto de la ciudad. Puede decirse que el hecho de que la Ciudad Vieja no haya sido demolida en su totalidad, como era el plan inicial, constituye una suerte increíble: Praga habría perdido el testimonio más auténtico de su historia milenaria.
Principales monumentos:
La Ciudad Vieja de Praga alberga una cantidad increíblemente elevada de edificios extraordinarios que datan de todos los periodos cubiertos por su larga historia. Los orígenes románicos de la ciudad son evidentes en la rotonda de la Santa Cruz, que data del siglo XII, o también en el palacio de los señores de Kunštát, situado en la calle Řetězová, especialmente bien conservado. Del periodo gótico encontramos unas magníficas iglesias (convento de Santa Inés, Nuestra Señora de Týn), puertas con una rica ornamentación (torre del puente de Carlos, torre de la Pólvora), palacios burgueses (casa de la Campana de Piedra) y mansiones familiares con unas arcadas espléndidas (plaza de la Ciudad Vieja, mercado Havel).
El Renacimiento ha dejado una huella especialmente profunda en las mansiones familiares, que compiten en magnificencia con los palacios más suntuosos de la época (casa de las Cinco Coronas y casa Teufel, en la calle Melantrichova, casa del Árbol Verde, en la calle Dlouhá).
En el periodo barroco, la ciudad se enriqueció con varios edificios grandiosos. Otros sufrieron reformas: iglesias (San Nicolás de la Ciudad Vieja, Santiago el Mayor, San Galo, palacios (palacio Clam-Gallas) y casas burguesas (calle Celetná, calle Karlova, etc.).
El siglo XIX asiste a la creación de los muelles del Moldava y la construcción de una gran cantidad de edificaciones y edificios públicos, entre los que citaremos la impresionante casa de conciertos neorrenacentista Rudolfinum.
El paso al siglo XX, especialmente agitado, es la época en la que se erige la magnífica Casa Municipal, de estilo Art Nouveau, el edificio modernista de ladrillo de la casa Štenc y la excepcional casa de la Virgen Negra, de estilo cubista.
El periodo de entreguerras está representado principalmente por unos edificios situados en el emplazamiento de las antiguas fortificaciones, que se ha convertido en el núcleo de la “city” actual praguense. La segunda mitad del siglo XX encuentra sus representantes en unos impresionantes edificios brutalistas, situados en el extremo de la calle Pařížská (sobre todo el hotel Intercontinental) o el admirable edificio de los talleres mecánicos ČKD, cerca de Můstek, que darían paso a la arquitectura posmoderna en Praga, a principios de los años 70.